¡Ay señor, qué cruz!

¡Ay señor, qué cruz!

Decían nuestras abuelas con resignación gozosa cuando se presentaba un hecho ineludible, del que no se sentían parte pero que no acababan de rechazarlo, bien porque era tradición, bien porque el resto de la familia disfrutaba con ello.

Hoy comienza la fiesta de las Cruces de mayo, y tremenda contradicción que tengo encima, como vecino por una parte y como padre de jóvenes y antiguo joven por otra.

El pasado 2023, probablemente con el muelle aún tenso por las restricciones del confinamiento, se desbordó la celebración, no hubo un equilibrio entre el disfrute, la alegría, el bailoteo de los festeros y el descanso y la limpieza del barrio.

Y si la solución para este año es más policía, ya les digo yo que se va a arreglar bien poco. Haría falta un agente en cada esquina, literalmente, para evitar que la peña desagüe sobre los zócalos.

Creo que es un problema de modelo de fiesta, la cruz hace tiempo que es una excusa para plantar una barra descomunal y hacer caja.

Como contribuyente, preferiría que las cofradías o asociaciones recibieran una subvención equivalente al beneficio esperado en estos cuatro días y que no pusieran barra, iría a un modelo de fiesta en el que se premiara la instalación de la Cruz y las actividades que se pudieran plantear a su alrededor.

Suena un poco a impuesto revolucionario, pero mírenlo por el lado bueno, podríamos descansar, y salir de casa sin que parezca que hemos despertado en medio de una vaquería del siglo XV.

Veremos.

¡Ay señor, qué cruz!