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'HLM Pussy', la película que reivindica un feminismo interseccional contra las agresiones sexuales

La francesa Nora El Hourch debuta con un drama social que retrata el miedo, la rebeldía adolescente y cómo la raza, la religión y la clase condicionan la respuesta a la violencia contra las mujeres

Fotograma de HLM Pussy

Cuando era una niña, Nora El Hourch escribía pequeñas historias en su cuaderno. No sabía qué sería de su vida ni a qué se dedicaría, pero la escritura le servía para narrar su mundo. Hija de madre francesa y padre marroquí, su propia historia tiene poco que ver con el cine, ni siquiera veía muchas películas de joven. Hasta que entendió el poder de los relatos para enfrentar sus fantasmas y el de la imagen para llegar a la gente. "A los 20 años me fui a Estados Unidos y allí fui víctima de una agresión sexual. Después volví a Francia y dejé de escribir de forma inconsciente. Cuatro años más tarde retomé la escritura como ejercicio para salvarme, tenía ganas de dirigirme a otras personas que habían sido víctimas como yo. Y me dije, la mejor manera es hacer una película. No sabía muy bien cómo hacerlo, cómo escribir el guion, pero conocí a una amiga que acababa de montar su productora, y me dijo, vamos a hacer este proyecto juntas. Y lo hicimos", cuenta la joven directora en conversación con la Cadena SER durante su visita a Madrid.

De ahí nació su primer corto, Quelques secondes, presentado en la Quinzena de Realizadores de Cannes en 2015, una historia en la que ya hablaba de sororidad y tensión racial. Casi 10 años más tarde ha logrado estrenar su ópera prima, HLM Pussy, un drama social en el que aborda muchas cuestiones que dividen a la sociedad francesa. Está el feminismo, el consentimiento, el privilegio, la segregación y el racismo. Asuntos que también la atraviesan como mujer francesa en su día a día. "Cuando publicamos el cartel de la película, recibí mensajes que me decían, sucia árabe, vete a tu casa, coge el dinero francés y vuelve a tu país. Cosas así. Hay que romper más puertas, llamar a más puertas, ahora que he abierto una, pienso seguir", confiesa con determinación sobre su llegada a una industria burguesa que aún mira con recelo y etiqueta aquellos trabajos que surgen de autores que no han ido a una escuela de cine y reflejan la vida en los suburbios.

"Antes de rodar ya la habían catalogado como una película de banlieu. Están las películas de barrio y el resto ya son las películas. Eso me irrita porque nunca se dice la película de la alta burguesía francesa. Tenemos que enfrentarnos a gente que nunca ha entrado en ese mundo que se atreve a decirte que tu guion no funciona, que es todo muy estereotipado, cómo dices eso si nunca has estado en un barrio. Hay algo de que no te abren las puertas muy fácilmente, tardé diez años en hacer la película, soy mujer, creía que me iba a encontrar a gente que me iba a ayudar, pero comprendí que estaba asociada a que soy hija de inmigrantes. En ese entorno he encontrado solidaridad porque todos hemos sido víctimas de racismo", replica sobre el clasismo del cine francés y su mirada casi turística a estos entornos.

El propio título de la película ya alude a la situación habitacional en estas barriadas. HLM son las siglas en francés de Habitation à Loyer Modéré (habitaciones de vivienda subvencionada para personas con pocos recursos), lo que en España serían viviendas de protección oficial, y lo de Pussy es una forma de reapropiarse el término como grito de guerra para las nuevas generaciones. HLM Pussy es la historia de tres amigas adolescentes, inseparables desde la infancia, que debaten cómo reaccionar a una situación de acoso y a una agresión sexual. Ahí se dan cuenta de que no comparten los mismos miedos, de que no parten de la misma situación, y de que la reacción no es la misma desde el privilegio. "El personaje de Amina nació con las palabras consentimiento y agresión porque su madre es abogada y vive en una familia acomodada en la que se habla de esas cosas. Entonces cuando esto le pasa a sus amigas, ella piensa que su visión de las cosas es la visión universal. Y todo lo que hace es por amor y amistad. Pero a los 15 años es lo que uno piensa, ella va a imponer su voluntad y eso va a chocar y dividir al grupo, porque no se puede pedir a las otras dos chicas que combatan con la misma intensidad. Las otras dos chicas son negras y árabes, tienen que buscar dinero, hay muchas cosas ahí antes de poder emprender semejante batalla. Quería demostrar esa fractura social entre esos mundos. No pueden llevar ese combate con la misma importancia. Pero tienen que unirse, tienen que intentar comprenderse sin juzgarse. Y ahí se puede intentar llegar a hacer algo de verdad", cuenta Nora El Hourch.

Ese es uno de los puntos clave de esta historia que ayuda a entender también en qué punto estamos como sociedad. Gracias a las redes sociales las chicas jóvenes se han empapado de las protestas feministas -en la película se incluyen imágenes de la performance de 'El violador eres tú', el himno surgido en Chile-, pero a la hora de poner en práctica la teoría hay muchos condicionantes de tipo racial, económico y religioso. Mientras la protagonista, blanca para sus amigas y procedente de una familia acomodada, siente el impulso de denunciar públicamente la agresión, sus amigas no sienten esa libertad. Conviven con el miedo en un entorno más cerrado, del que no tienen esperanzas de salir y en el que temen no ser comprendidas. La directora entra en sus casas y retrata las dinámicas familiares para explicar cómo la raza, la religión y la clase condicionan la respuesta en estos casos y, a partir de ahí, compone un potente alegato sobre la sororidad y la necesidad de perseguir un feminismo interseccional e intergeneracional.

"En Francia hemos visto una división clara con el caso de Gérard Depardieu. La antigua generación le apoyó, el presidente de la República le apoyó, y las generaciones más jóvenes se rebelaron. Eso demuestra hasta qué punto este debate sigue dividiendo a la gente cuando no debería. Una víctima es una víctima. No es cuestión de debatir, vamos muy atrasados. En la película las chicas se apoderan de las redes sociales, porque tienen la sensación de que la justicia se hace demasiado lenta ante algo tan enorme. Entonces no quedan más que las redes sociales y aplicar nuestra justicia para que las cosas se muevan. España está muy por delante de nosotros, el No es no es ley, nosotros no tenemos leyes así. Me parece fascinante hasta qué punto España está avanzado, adelantado y nosotros, no tanto", describe sobre la legislación en su país del acoso sexual y el consentimiento.

La autora aterriza en la calle muchos de los debates intelectuales y políticos del feminismo, y también toma otra decisión interesante al enmarcar la agresión en el entorno más cercano, en la cotidianidad del día a día, frente a esa representación que ha hecho el cine del agresor como un encapuchado en la noche. De hecho, el último informe de la Fundación ANAR constata que ocho de cada diez agresores son del entorno de la víctima. "He querido describir situaciones donde la agresión se ve en un círculo familiar porque es donde se sitúa muchas veces, por eso es muy difícil hablar o escribir cuando uno es víctima. Hay muchas películas hechas por hombres donde la agresión es una cosa como fantasmagórica, pero ahora estamos en una época donde se habla de este tema de forma más matizada. Igualmente se han hecho películas de mujeres así, es mucho más difícil contar una historia con personajes que no sea blanca o negra ni maniqueísta, porque en ciertos momentos podemos amarlos y decir, qué pobrecito. Pero también ha sido difícil para mí mostrar que no hay debate, no es que sea torpe, es una agresión. Todos estamos llenos de matices y de contradicciones. Ese dúo entre víctima y culpable también tenía que tener esos matices", defiende del enfoque de su historia.

La directora, que cita como referentes a autores como Laurent Cantet, Céline Sciamma, Maïwenn o Ken Loach, emblema del cine obrero, integra las multipantallas de la generación Z, la cámara al hombro y un estilo por momentos casi documental para narrar la confusión, las dudas y el miedo de estas jóvenes. "Es un drama social, porque hablo de algo que es dramático, quería rodar lo verdadero. Es decir, hay que tener luz natural, cámara al hombre cerca de los actores para que tenga la sensación de que el espectador está sumergido en su mundo. También quería utilizar distintos géneros. Quería un poco de ligereza por momentos, diálogos un poco más cómicos. También un poco de thriller. También quería jugar un poco con lo fantástico entre realidad y la ficción, rodado por los teléfonos, para estar más cerca de los jóvenes y el tema que abordaba", explica de una propuesta que sabe captar la fuerza y la furia de las nuevas generaciones.

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José M. Romero

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Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

 
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